PRIMER DIA
Hacía tiempo que el constante cambio de humedad y temperatura habían roturado la corteza del hueso y penetrado hasta la almendra, despertándola de un profundo y maravilloso sueño que ahora debía de hacer realidad. Comenzó por empujar con su pequeña ramita que recién le brotara; empujaba suave pero constante, hasta que finalmente un día, vio por primera vez la luz del día; la vio más esplendorosa e intensa a como la había soñado. De inmediato extendió sus primeras hojas y sintió como se llenaban de energía; energía que recorrió todo su cuerpo y llenó su corazón.
"Despertó de un profundo y maravilloso sueño que ahora debía de hacer realidad"
DÉCIMO DIA
Una mañana en que apenas comenzaba a calentar el sol, el pequeño durazno pensó: -Cuando me desperté, una gruesa cáscara me cubría y no sabía si era de noche o era de día; ahora puedo mirar el sol pero hay otra cáscara más grande todavía que no me lo deja ver completa y constantemente y por más que me esfuerzo no la logro alcanzar para hacerla a un lado como hice con la otra a pesar de que ahora tengo más hojas, soy más fuerte y me siento un gigante.
TRIGÉSIMO DIA
Hace días que venía sintiendo cierta inquietud; junto a una de sus hojas padecía comezón y poco a poco se le iba inflamando, hasta que finalmente en esta noche de su primer mes de vida le brotó una ramita, lo cual le sorprendió, pues su sueño, cada vez más, se le estaba olvidando y solo en el subconsciente permanecía firmemente grabado; ya que con tantas cosas que había conocido en este su primer mes... Sintió la luz, el calor y la energía del sol; sus hojas fueron arrulladas por el viento y mojadas por la lluvia; su primer caricia, su primer escalofrío; sus raíces probaron las sales y dos veces desafiaron la fuerza de la gravedad; en fin, que tan intensa realidad, fue eclipsando aquel sueño de aquel día.
NONAGÉSIMO DIA
El cenit había quedado atrás, el viento arreciaba y con sorpresa el durazno miraba como la "gran cáscara" cedía poco a poco, y era que el viento otoñal vencía a la hierba seca para esparcir su semilla. Esa noche, el durazno pudo ver todas las estrellas, y al amanecer el rocío cubrió todo su cuerpo. En verdad que podía mirar mejor el cielo, pero también era verdad que el frío le calaba más.
SÉPTIMO MES
Varias ramas le daban forma a su copa; el contacto con la naturaleza se multiplicaba. Esa tarde presintió que una nueva rama estaba por brotar. Por cierto, ese había sido un día difícil: el clima muy cambiante; el ambiente polvoso, tenso y por si fuera poco, la tierra perdía su humedad al paso de los días. Un poco enfadado, refunfuñó: ¡otra rama más! Como si no tuviese bastantes. A veces resulta confuso el poder dirigir cada una; pues cada cual busca el sol y huye el viento; no puedo complacer a todas; pero con la nueva seré más estricto y no permitiré que me exija lo que no puedo darle.
"El ambiente polvoso, tenso y por si fuera poco, la tierra perdía su humedad al paso de los días"
NOVENO MES
Su aliento por la vida se debilitaba día a día, a pesar que de vez en vez se acordaba de cuando había roto dos cáscaras; la primera con su esfuerzo y la segunda con su deseo. Poco a poco olvidaba lo que era la lluvia; sus raíces casi secas perdían el contacto con la tierra estéril; sus hojas marchitas miraban al suelo como queriendo volver a su seno, y su espíritu por instantes se perdía en la nada. A momentos, en total abandono se cuestionaba si valía la pena seguir adelante, pues día tras día la resequedad aumentaba y la esperanza se alejaba. Buscaba anhelante en sus sueños un tiempo mejor; miraba en derredor alguna planta a quien preguntar si habría tiempos mejores o era el fin del mundo que estaba cerca; mas sin embargo, al alcance de su voz no había más plantas que él. Y la mañana fue pasando, mientras luchaba un día más en su interior. Horas antes de que el sol llegase a su ocaso un viento frío y nuevo comenzó a soplar; el durazno no recordaba ese viento, pero sabía que lo conocía, quizá en su sueño. Siguió soplando, cada vez con más fuerza y más frialdad; de pronto el sol se ocultó y en ese momento la sed fue borrada por un miedo y un frío más intensos. Ahora si se acabó el mundo, pensó; y para su mayor asombro le cayó una primera e inmensa gota de lluvia; lluvia que fue arreciando y anegando el árido suelo, levantando una minúscula nube de polvo y ese inigualable aroma a tierra mojada, en pequeñas ráfagas lo fue cubriendo todo; el agua oscurecía poco a poco la tierra y volvió a sentirse niño como lo era; sus raíces se empapaban, sintió latir la vida nuevamente, ahora si podría absorber toda, toda la energía del sol; ahora la vida retomaba sentido, había valido la pena luchar. Se prometió ser más comprensivo con sus ramas, se reía de sus pasadas tribulaciones, la tarde era toda una fiesta, una fiesta en grande y se puso a cantar, mientras una lágrima se confundía con la lluvia. Y gritó con todas sus fuerzas ¡la vida es bella, muy bella! Sé que existe algo superior. ¡Gracias¡
"Un viento frío y nuevo comenzó a soplar; el durazno no recordaba ese viento"
ONCEAVO MES
La lluvia iba y venía, siendo cada vez más persistente. Entre la hojarasca se veían unas manchitas verdes cuyo número constantemente aumentaba. ¡Plantas! -gritó- ¡Son pequeñas plantas que han brotado! Son tan verdes como mis hojas; sin embrago, son muy pequeñas; apenas si las alcanzo a distinguir. Al pasar los días las minúsculas plantas comenzaron a crecer y el durazno ya no se sintió solo; buscaba protegerlas con sus ramas y les platicaba que la vida era bella y llena de aventuras, aunque había momentos difíciles y les enseñaba como los había sorteado.
DOCEAVO MES
Las manchitas verdes ya eran frondosas plantas del tamaño del durazno, lo que le hacía sentirse un poco incómodo a pesar de que el agua era abundante. Pero es que habían crecido tan rápido, -se decía- apenas ayer eran minúsculas, hoy le igualaban en tamaño, seguramente mañana lo dejarían atrás. Y entonces recordó las cáscaras de su pasado y deseó tener muchas ramas y crecer más, mucho más. El problema del agua había quedado atrás.
TRECEAVO MES
El sol tocaba ralo y por momentos, solo los mosquitos le hacían compañía. Aquellas pintas verdes hoy tenían pintas de colores, como los del arco iris; profundos, bellos, aterciopelados, brillantes y mágicos; brillaban y lucían con el sol y sin el sol, las gotas de lluvia los volvían más bellos y coquetos; cada pétalo era un mundo, cada flor un sol, cada planta un universo parlante. En ese momento se negó a sí mismo y deseó ser como ellos.
"En ese momento se negó a sí mismo y deseó ser como ellos"
QUINCEAVO MES
Los girasoles pertenecían al pasado, habían sido realmente hermosos pero efímeros; y él seguía ahí, admirando las noches con sus múltiples estrellas y su cambiante luna; admirando las mañanas cuando el frío hace que el vapor de agua se condense en rocío y cubra el campo de cristalina humedad; cuando el sol entrega toda su energía, su calor, su luz, su vida; al viento que sigilosamente recorre todos los mundos con sus rumores de polvo y silbidos de alabanza; a la tierra que nunca niega el reposo ni el y sustento; a la lluvia que moja uno a uno cada palmo de vida, que forma los tenues arroyos y alimenta los raudos ríos, amasándolos en quietas lagunas.
QUINTO AÑO
Sabía que su vida apenas comenzaba y estaba orgulloso de ser una planta de durazno. Cada año, en vísperas de la primavera, le brotaban nuevas hojas; sin embargo este año se encontraba mas inquieto y cierta incomodidad le molestaba sobre todo en la parte alta de sus ramas, era como si le fuesen a brotar las nuevas hojas, pero aun era muy pronto y sobre todo era mas intensa y desconcertante su inquietud y molestia. En el amanecer, se despertó al sentir que le brotaba una hoja pero en la oscuridad vio la silueta no de una sino de varias y muy juntitas y pensó que quizá tendrían frío y por eso permanecían tan juntas, pero se veían más frágiles y pequeñas. Sin embargo, al salir el sol pudo ver que esas aparentes hojas tenían un color rosa, formadas en circulo y despedían un aroma raro pero agradable y se dio cuenta que se parecían a las flores de los girasoles, y se dio cuenta que eran sus propias flores y bailó de puro gozo, meciendo sus ramas al compás del viento. Al poco rato brotaron más y más, hasta que tres días después estaba cubierto, no de hojas sino de flores rosas; sus flores lucían ese color de tranquilidad y esperanza. Una semana después el ovario de las primeras flores comenzó a hincharse, al grado de quedar una bolita peluda; eran las primeras frutas que parecían cubiertas de algodón. En el primer verano le era difícil mantener el inventario de sus hojas, pues todos los días brotaban nuevas y ahora, no solo eran hojas, sino flores y frutos también; los frutos se dilataban como pequeños soles dorados y en su interior se multiplicaba el sueño del durazno, inclinando las ramas al suelo para que el sol pintara de rojo sus frutos y endulzara su interior. Por el rumbo no había mayor sombra que su sombra, ni más fruta que su fruta. Desde el fondo de la tierra, las raíces trabajan a todo vapor para poder surtir tan tremenda demanda de savia; día y noche juntando el agua y las sales minerales para enseguida bombearla a través de los vasos capilares a la raíz principal; de ahí al tronco, del tronco a las ramas y finalmente a las hojas; las que se encargan de sazonarla con la luz del sol y el dióxido de carbono para preparar los más dulces azúcares y los más deliciosos sabores de durazno. Una vez que están debidamente cocinados se despachan para hacerlas llegar a las frutitas que están en pleno desarrollo por lo que su apetito es voraz, tan voraz, que apenas si alcanzan las veinticuatro horas del día para alimentar a tantos y tan comilones pequeñuelos.
"Los frutos se dilataban como pequeños soles dorados y en su interior se multiplicaba el sueño del durazno"
SEPTUAGÉSIMO AÑO
Desde los últimos inviernos se ha venido quejando de que su tronco le duele y en época de secas la savia sube con mucha dificultad; algunas de sus ramas más viejas se han roto con el peso de la fruta y de la lluvia y más morían que las que nacían; había dado toneladas de fruta y toneladas de hojas y toneladas de oxígeno; estaba satisfecho pero también estaba cansado, muy cansado. Presentía que esa era la última cosecha y no se preocupaba pues tenía muchos hijos e hijos de los hijos; mas de diez generaciones de plantas corpulentas.
SEPTUAGÉSIMO AÑO
Desde los últimos inviernos se ha venido quejando de que su tronco le duele y en época de secas la savia sube con mucha dificultad; algunas de sus ramas más viejas se han roto con el peso de la fruta y de la lluvia y más morían que las que nacían; había dado toneladas de fruta y toneladas de hojas y toneladas de oxígeno; estaba satisfecho pero también estaba cansado, muy cansado. Presentía que esa era la última cosecha y no se preocupaba pues tenía muchos hijos e hijos de los hijos; mas de diez generaciones de plantas corpulentas.
"Le cantó a la vida su más dulce canción y le susurro al oído su origen divino"
Por última vez vio como se abría el botón y como los pétalos se iban extendiendo uno a uno, dejando escapar por los ojos ese atrayente color, hechizando el delicado aroma de su cáliz a los rayos del sol quienes al amparo del viento permitieron por un momento que en ese acto de puro amor naciera un nuevo ser. El durazno en ese instante se transformó en padre y madre, sacrificó toda la energía de una rama por nacer y la concentró en flor; en una flor bella, muy bella, tan bella que fuese capaz de darle vida a un nuevo ser. Por la magia del femenino y del masculino, en un instante la naturaleza juntó todas sus bendiciones en un germen de polen que caía y en un ovario que le recibía. El amor resurgió de su más pura esencia y le cantó a la vida su más dulce canción y le susurró al oído su origen divino. Y el viejo durazno ahora veía de donde venía aquel sueño de antes; por fin comprendió en todo su esplendor, su origen divino cuajado de amor; sintió plenamente toda la plenitud de su espíritu y se elevó a los cielos junto a los ángeles de inmaculado color, para cantarle a la vida, para cantarle al amor.
FIN